todo empezó con un libro

Cuando era niño, llegó a mis manos un libro de geografía. Era parte de una enciclopedia, pero sólo tenía el tomo que cubría de la M hasta la O: Marruecos, Mongolia, Murcia...

Ningún lugar me llamó la atención excepto uno, Nepal. ¡Tenía montañas hielo y vivía el Yeti! No me hizo falta más: “de mayor iré a Nepal”, me dije.

El momento llegó en el otoño del 2006. Trabajé como camarero ese verano y, con lo que gané, me lancé a conocer el país con el que había soñado toda mi vida.

Aquello fue mucho más duro de lo que pensaba: No era consciente de lo que era caminar durante días por la montaña .

Sin embargo, por primera vez las miré de forma diferente. ¿Hasta dónde podría llegar caminando por aquellos senderos?

Mientras, cursaba una carrera de informática que llevaba demasiado tiempo haciendo aguas: yo no estaba hecho para aquello.

Después de ver todo lo que había visto en Nepal, ¿de verdad quería continuar allí y pasarme el resto de mi vida tecleando código?

le saco provecho a la universidad

Años antes había estudiado un curso de diseño gráfico, así que creé unos calendarios y los repartí por la universidad para intentar conseguir algún proyecto creativo.

Ese mismo mes comencé a trabajar en un departamento diseñando folletos, editando vídeos y maquetando libros.

No tenía apenas conocimientos, pero decía a todo que sí, lo aprendía y lo hacía. Pronto tuve más trabajo del que podía sacar adelante.

Pasaba mis días libres en la montaña conociendo y estudiando rutas. Sólo quería viajar a países lejanos y caminarlos con una mochila a cuestas.

Soñaba con poder ver algún día los Alpes; ir a Torres del Paine; seguir las flechas amarillas hasta Santiago o conocer los ibones de los Pirineos.

me uno al circo del sol

Mientras trabajaba en la universidad, hice una entrevista para el Circo del Sol. Y bueno, me cogieron.

No tenía problema en hacer cualquier cosa, así que no me importó pasarme 2 meses haciendo palomitas.

Aquello fue escalando, cogí más responsabilidades y me fui de gira con ellos por España. Pero la cosa no acabó ahí.

A finales de 2009 me llamaron de EE.UU. Para unirme a un espectáculo nuevo como supervisor de carpa. ¿Cómo iba a decir que no a aquello?

Trabajar en EE.UU. Fue una experiencia increíble, pero no fue lo que esperaba (me despidieron por no encajar). Nueve meses después hice la maleta y volví para España...

... Con ahorros suficientes para ponernos en marcha: mi mochila, mi tienda de campaña y yo.

El Camino de Santiago fue mi primera gran ruta. “Comenzaría por lo sencillo y, cuando asimilase lo básico, me iría a las montañas”, pensé.

Salí de Francia a comienzos de verano y llegué a Santiago en 35 días.

Me gustó tanto la experiencia que, con los años, acabé haciendo todos los caminos habidos y por haber.

En uno de ellos, me enamoré del pueblo de Estella y me quedé allí a trabajar dos meses.

Me encargarba de limpiar los aseos. No era muy glamuroso; pero me sentía la persona más afortunada del mundo por poder estar entre peregrinos.

Cuando comencé el GR-11, no estaba preparado, pero, ¿cuándo lo estamos cuando nos enfrentamos a un nuevo reto? Me guie por la intuición. Sabía que lo haría bien.

Sufrí mi inexperiencia y la mala calidad del equipamiento de montaña. Aun así, el día número 41 llegué a Cabo Híguer sintiéndome el mejor senderista sobre la tierra.

Escribí todo aquello en un diario, algo que se convertiría en la semilla de lo que estaba por venir.

el año que recorrí el mundo

A aquel año lo llamé “el año que recorrí el mundo”. Hice las rutas más importantes de Irlanda y Escocia y caminé en Laponia sueca el Kungsleden.

Peregriné los 1200 km de la isla de Shikoku en Japón durante el tsunami, (donde llegué incluso a dormir en aseos públicos para refugiarme del frío) y me atreví con el GR-20, una de las rutas de senderismo más complicadas de Europa (que después no fue para tanto).

Y crucé Suiza por la Vía Alpina Verde e hice las tres grandes de los Alpes: la Haute Route, el Tour del Mont Blanc y el Tour del Cervino.

más simple es siempre mejor

No tenía mucho, pero era feliz. Me duchaba en cualquier río o cascada, hacía autostop para moverme de un sitio a otro, y un suelo aceptablemente llano me servía para montar la tienda y pasar la noche.

Comía cualquier cosa que se pudiese cocinar en un hornillo o que encontrase en los senderos.Incluso aprendí a pescar para un viaje a Laponia y estuve comiendo trucha toda la ruta.

nace derutas

Pasé mucho tiempo fuera de casa siguiendo marcas de senderos, pero, sobre todo, recogiendo datos. ¿Y si escribiera mis propias guías de senderismo?

Semanas después hice los primeros bocetos de una página web, diseñé las líneas generales para las guías y creé un logotipo. Había nacido deRutas.

La página fue creciendo y mejorando. Depués le tocó a la cuenta de Instagram.

Poco a poco llegaron las primeras guías, luego llegaron los paquetes de senderista y finalmente los libros, las credenciales y los diplomas.

(El logotipo también cambió)

la vida nunca es en línea recta...

Así, en 2014 volví a la escuela para de ser cocinero: "Podría trabajar a temporadas e intercalarlo con la montaña,” pensé. Gasté los pocos ahorros que me quedaban en ello.

Con mi inútil diploma bajo el brazo comencé a trabajar en un hotel cerca de Londres. Adoraba la cocina y aquella cocina no podía ser mejor.

El tiempo corría y los sueños pasaron a un segundo plano. Dejé de hablar de montaña y de deRutas para hablar de recetas, técnicas de cocina y cocineros.

Incluso viajé a Asia para aprender cocina oriental.

¡Por supuesto que me importaba deRutas! Pero también tenía que ganarme el pan y pagar las facturas.

... y cambia de la noche a la mañana

Las navidades de 2016 cerraron el hotel, y me cambiaron a otro todavía más cercano a Londres: me era imposible pagar el alquiler.

Volví a España para comprar una furgoneta, camperizarla y vivir en ella. No duró mucho. El segundo hotel también cerró y me quedé en la calle.

En un movimiento arriesgado, me fui a trabajar como cocinero en un barco en el Ródano, pero tampoco resultó esta vez. Fue una auténtica pesadilla con jornadas de hasta 16 horas, 7 días a la semana. “Nunca más volveré a una cocina”, me dije.

las montañas, mi refugio

Volví a las montañas. Allí siempre encontraba respuestas.

Recorrí Israel desde el Líbano hasta Jerusalén por el Israel National trail...

... Me perdí en el Atlas marroquí durante dos semanas...

... Y estuve en la República Dominicana recogiendo tomates, pero siempre cerca de la montaña.

En el verano de 2018 me fui a Islandia a hacer senderismo, pero me enamoré del país y me quedé.

Encontré trabajo de reponedor: era sencillo, estaba bien pagado y me daba un respiro de la cocina.

Además, aproveché para recorrer el país, hacer kayak entre icebergs...

... ver por primera vez auroras boreales (que me decepcionaron mucho), sobrevolar los glaciares del sur con una avioneta y cumplir mi sueño de ver un volcán en erupción.

Todo aquello fue fantástico, pero, ¿dónde iba a vivir? Islandia era carísima y quería ahorrar para volver a los senderos. La respuesta no podía ser más evidente.

zona de ¿confort?

Hice lo que mejor sabía, vivir “ahí afuera”. Cogí la tienda de campaña, la planté en una zona de césped y la hice mi casa. Sabía que si había alguien que podía hacer aquello, era yo.

Incluso le puse una maceta y unas fotos de mi familia.

El verano no fue mal, aunque me cambié dos de veces de sitio. Las tormentas de otoño destrozaron la tienda, pero nada podía prepararme para el invierno que se me venía encima.

El primer invierno fue brutal y por poco tiré la toalla. ¿Cómo podía existir un clima así?

Las temperaturas bajaron hasta los -15 ºC y las tormentas sepultaban la tienda todas las semanas.

Hubo días en los que me sentí tan miserable… “Sólo un poco más, la montaña te espera. Sólo un poco más”, me decía.

el viejo amor siempre vuelve

Probé nuevas aventuras como el kayak de río. Volví a Siberia para patinar sobre hielo en el lago Baikal (y por poco pierdo dos dedos del pie), remé el Canal de Caledonia en Escocia en kayak y, meses más tarde, en una canoa;

hice una travesía de tres semanas en kayak desde Granada a Alicante, me atreví a cruzar Suiza en patines e incluso campericé una furgoneta para recorrer España con ella, pero nada se sentía igual.

Nada se sentía igual como la libertad en las montañas y volvían una y otra vez a mi cabeza. De hecho, nunca se fueron.